agosto 11

El Museo Carl Milles

En mis viajes suelen encontrarse como visitas predilectas las casas-museo de artistas, porque, por lo general, tienen un encanto especial. Eso de poder entrar al lugar donde el artista trabajó y vivió tiene un punto de invasión de la intimidad que te convierte en un voyeur superficial, un cotilla del arte, sensación que se complementa con el íntimo trabajo que suelen contener algunas de estas casas (fotos y retratos de familia, con esas miradas de reconocimiento no destinadas a ti, que nunca compartiste su espacio-tiempo).

En Estocolmo tuve la suerte de visitar el Millesgarden, vivienda y estudio del escultor Carl Milles (que, por cierto, fue alumno de Auguste Rodin en París, cuya casa-museo también visité – y de la cual espero subir las fotos algún día -), muy recomendable. Está en un emplazamiento magnífico, a la orilla de la isla Lidingö, en un barrio residencial compuesto principalmente por chalets. El conjunto no es de gran tamaño, pero el jardín es bastante amplio, y caminar por él te evade sin casi darte cuenta del ajetreo de la ciudad. Las esculturas de bronce se mimetizan con el paisaje, las fuentes lo alargan, y la casa descansa como dándose poca importancia ante la inemnsidad del paisaje sueco, infinito en su planicie. Dentro, el taller y otras estancias rutinarias para Milles, silenciosas, íntimas.

En definitiva, un lugar donde las esculturas se encuentran a sus anchas siendo acariciadas por el viento.

agosto 1

El cementerio del bosque

En mis visitas a diversos países escandinavos, siempre me han llamado la atención sus cementerios, que, en lugar de ser recintos apartados de la ciudad, a los que sólo se va el Día de Todos los Santos (o para conmemorar alguna fecha importante), son parques dentro de la ciudad, con senderos y bancos, un lugar que recorrer y donde poder descansar y alejarse del ajetreo de la ciudad. En muchas ocasiones he visto a gente sentada en el césped, cerca de las tumbas, disfrutando de una charla con amigos (incluyendo bebidas alcoholicas, sí), o simplemente de un libro.

Éste es el caso de Skogskyrogarden, que aunque se encuentra un poco alejado del centro de Estocolmo, merece la pena visitar. La entrada al cementerio llama de por sí la atención porque parece estar en el paraíso; inmensas explanadas de hierba recién cortada, un templete al estilo griego, un bosque al fondo, donde se encuentran las sepulturas…

Al caminar por sus senderos es posible disfrutar de una paz y tranquilidad inemnsas.

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Supongo que nuestra cultura o tradición religiosa es distinta a la escandinava, y que un proyecto así aquí puede resultar una misión imposible, pero, personalmente, me parece que éste no sería un mal lugar para pasar la vida eterna.