«Las fotografías crean lo bello y – tras generaciones de hacer fotografías – lo desgastan. […] A los saciados de imágenes es probable que las puestas de sol les parezcan sensibleras; se parecen ya demasiado, ay, a fotografías».
Sobre la fotografía, de Susan Sontag
Sensibleras o no, ¿cómo podría uno no emocionarse viendo algo así?
Estudio de la escultura «Ercole e Lica» de Canova.
Museo d’Arte Moderno di Roma.
El mito: Licas, por orden de Deyanira (la esposa de Hércules), lleva al héroe una túnica envenenada por la sangre de Neso. Hércules, furioso, agarra a Licas por los pies y lo lanza al mar, donde se convierte en roca, y, posteriormente, Hércules muere por los dolores de las quemaduras provocadas por la túnica.
Más de 500 escalones para llegar hasta arriba, ascendiendo por unos cada vez más estrechos tramos de escaleras que se inclinan por la forma de la cúpula hasta el punto de tener que andar torcido…pero el esfuerzo tiene recompensa: las vistas de Roma desde lo alto (por no hablar de ver la propia Basílica desde la base de la cúpula) merecen la pena.
Observar la ciudad como a través de un microscopio, seguir el discurrir de esas pequeñas pulgas que se mueven torpemente y sin orden alguno, tan pequeñas y efímeras como el tiempo que transcurre en llegar la flecha de la ballesta a sus corazones.
La villa del Este, ubicada en Tívoli (un pueblín a unos 30 km. de Roma), es un claro ejemplo del esplendor y la grandilocuencia del estilo renacentista.
Declarada Patrimonio de la Humanidad, esta villa fue un encargo del cardenal Hipólito II de Este, y se terminó de construir a finales del siglo XVI. Con un bello palacete y un hermoso jardín repleto de esculturas y fuentes (cerca de 40), la villa tomó como referente la cercana Villa Adriana, incluyendo las técnicas de ingeniería hidráulica utilizadas por los romanos.
Si tenéis oportunidad recomiendo la visita, no sólo por el espacio en sí, sino porque, viniendo de Roma, se agradecen el sosiego y la tranquilidad que tan poco se encuentran en la ciudad eterna.
Uno de los monumentos más increíbles, no sólo de Roma, sino del mundo entero, es el Panteón de Agripa, reconstrucción del templo de Agripa (27 a.C.) en tiempos de Adriano (123-125 d.C.). Cómo es posible leer en muchos sitios, el templo sorprende cuando uno accede a su interior, porque por fuera no da la sensación de ser tan grande como lo es por dentro.
Su cúpula es todo un prodigio de la arquitectura, que ha sido estudiada y utilizada como modelo por genios como Brunelleschi o Miguel Ángel. A ojos de un observador inexperto, simplemente sorprende por su tamaño y su perfección, además de por su ojo central, abierto, a través del cuál se pueden ver las nubes, ¡e incluso llover o nevar!
En el Altare della Patria, o Monumento nazionale a Vittorio Emmanuele II, hay un ascensor que sube hasta lo alto y desde el cual se puede ver Roma 360º. Subir con dicho ascensor cuesta 7€, por lo que una servidora no ha estado arriba. Peeeero, subiendo las escaleras de Santa Maria in Aracoeli, que está justo detrás del monumento, se accede a una terraza que está a un nivel más bajo, desde la cual se pueden ver vistas de la ciudad, aunque no desde tan alto, claro.
Disfrutar del atardecer romano es toda una experiencia, y si encima es con vistas (a los tejados, al foro), pues mejor que mejor.
«Ellas, con marcha firme, se lanzan hacia Laocoonte; primero se enroscan en los tiernos cuerpos de sus dos hijos, y rasgan a dentelladas sus miserables miembros; luego arrebatan al padre que, esgrimiendo un dardo, iba en auxilio de ellos, y lo sujetan con sus enormes anillos: ya ceñidas con dos vueltas alrededor de su cuerpo, y dos veces rodeado al cuello el escamoso lomo, todavía exceden por encima sus cabezas y sus erguidas cervices. Pugna con ambas manos Laocoonte por desatar aquellos nudos, mientras chorrea de sus vendas baba y negro veneno, y al propio tiempo eleva hasta los astros espantables clamores…»
O «De cómo un recorrido de 11 kilómetros se puede convertir en uno de 30», ¡porque así es como fue!
En esta primera ruta italiana tuve como compañero a Balthasar, un tedesco veramente matto 🙂 La cuestión es que el camino próximo a la carretera era de tan sólo 11 kilómetros, pero él se había empeñado en buscar un lago que habíamos avistado con Google Maps, y para llegar había que desviarse supuestamente solo un poco…si no nos hubiéramos perdido unas 8 veces, claro.
Por suerte, buena parte del camino transcurrió por una especie de vía del colesterol por la que pasaba gente a la que podíamos preguntar, cosa que hicimos, y más o menos nos indicaron, pero sin saber de qué lago estábamos hablando. Todo el mundo a quién preguntamos resultó ser afable y mostró un cariño especial por España (una mujer cerca de los cuarenta años me comentó que el año pasado había viajado a Llanes (Asturias), y que el año próximo iría a Cáceres ¡¡!!), lo cual me hizo sentir bastante orgullo por la tierra que me vio nacer (por una vez y sin que sirva de precedente).
Poco a poco fuimos perdiendo de vista la civilización, caminando por lomas repletas de viñas y pequeñas villas (de veraneo en su mayoría), catando las exquisitas uvas de la parra (increíble, cada una con un sabor distinto, pero todas deliciosas). En un momento dado nos acercamos a una casona a preguntar, y nos dieron indicaciones para llegar a un río cerca del cual, supuestamente, estaba el lago que buscábamos. Siguiendo a Balthasar entre los arbustos, nos topamos con una charca podre a más no poder, con verdín y mosquitos a tutiplén, así que su gozo en un pozo…
Visto que el plan inicial de comer en lago se había ido al traste, decidimos seguir con la caminata, muy cuesta arriba en esta parte, y, de repente, como si se tratara de una ilusión, ¡apareció un inmenso y hermoso lago! Paramos, por tanto, al baño de rigor (totalmente necesario teniendo en cuenta el solazo del día) y a comer nuestro almuerzo, acompañados por tres italianos que pasaban el día tranquilamente tomando el sol (la bella vita).
Proseguimos tras la comida el camino, subiendo y bajando pequeñas lomas, avistando siempre al fondo las tropecientas torres de San Gimigninano. Para cuando llegamos (ya las 17:30) yo creía que me moría de sed, porque se nos había acabado el agua hacía rato. Así que lo primero que hicimos fue comprar dos botellas de agua, y después mirar el horario de los autobuses, puesto que tras la paliza que nos habíamos pegado no había quien volviera andando.
Para terminar la jornada hicimos turismo por il piccolo paese de torres habitadas por cientos de aves, muy recomendable 🙂
Cómo decía en un post anterior, en algunas puertas me he topado con una decoración particular: un lazo con un mensaje que anuncia el nacimiento de un bebé.
Según he leído, se trata de una tradición italiana (aunque no solo) que podría haber tenido origen supersticioso, mediante la que se comunica a los demás la llegada al mundo de un nuevo miembro en la familia. En principio se pone un lazo, rosa o azul según sea el sexo del bebé, con el mensaje escrito por los padres, pero también se puede colgar un peluche, un amuleto, una cigüeña, etc. Es especialmente común en pueblos o ciudades pequeñas, para dar a conocer a todos los amigos y vecinos el evento.
Termina la tercera semana de curso y, a una por finalizar el mes, me veo con fuerza como para sacar algunas conclusiones al respecto de mis vivencias en este tiempo (no digo yo que no me equivoque en algunas de mis apreciaciones):
– Es más difícil de lo que puede parecer convivir a diario con gente a la que sacas 7-9 años, sobre todo en la veintena. Si nunca he sido la reina de la fiesta en mis años mozos, ahora que ya tengo unos pocos años más menos aún…y no solo eso; no se está en la misma etapa de la vida, no se quieren las mismas cosas, y no se da la misma importancia al hecho de poder disfrutar de esta oportunidad. La clave: paciencia (mucha), y no perder en ningún momento de vista el motivo por el que uno hace esto.
– Confirmado: hay mucho cerdo suelto. Cosas como menaje de cocina en el fregadero durante una semana (hasta que no quedaban más ollas que poder usar), la cuchilla quitapelos en medio de la ducha a diario o el descubrimiento de cientos de cosas «perdidas» debajo de cama ajena lo demuestran.
– Confirmado también lo poco respetuosas que son algunas personas. No se puede llegar un jueves a las 3:30 de la mañana, hablando a voces y con la música a tope, a preparar la cena a tres tíos que acabas de conocer. Y romper un plato de paso, por si quedaba alguien dormido. Y que la fiesta dure hasta las 5 de la mañana. (Solo espero que se cargue en su karma el odio eterno que ardió en mi interior durante esa hora y media)
– Es difícil hablar un idioma que estás aprendiendo cuando te relacionas con gente que está en diferentes niveles de aprendizaje, y cuando, de verdad que sí, el idioma que manda es el inglés. Debido a esto me he dado cuenta de que, muchas veces, voy pensando en inglés. Y por eso, cuando me bloqueo en una tienda, digo «sorry» en vez de «scusi», o «Good morning» al llegar a clase en vez de «Buongiorno», cuando está claro que los italianos me entenderían mejor si hablase en castellano.
– Los italianos no se parecen tanto a los españoles como pensaba. Sí que compartimos el amor por la comida y la bebida (lo que se conoce como «la buena vida»), pero no somos tan desastres en lo que se refiere a la puntualidad (personas o transportes) o la conducción (aunque parezca increíble). Tampoco tenemos tanto latin lover suelto, pero sí que son muy de hacer fiestas. Lo que me ha gustado comprobar es que mucha de su smorfia o gesticulación también se usa en España 🙂
– Como nos ha dicho un profesor, «cuando se viaja no sólo se conoce gente, también lugares, y esos lugares también nos dan la bienvenida y nos despiden». La Toscana en este sentido es un lugar excelente, que enamora nada más verlo. Ciudades como Siena, Florencia o Lucca, pueblos como Pienza o Montepulcciano, son realmente especiales. La bienvenida, por tanto, ha sido buena. Para la despedida aún me quedan 10 días…
Como ya sabéis, me encantan las puertas y ventanas. Creo que dicen mucho de los lugares, del modo en que se entiende la vida interior y exterior en cada país. En Escandinavia, por ejemplo, siempre se puede ver el interior, puesto que, debido a la escasa luz, no usan casi cortinas ni persianas. Es por eso que decoran siempre de cara al exterior las ventanas.
En Italia, o por lo menos en Toscana, la vida también se externaliza, pero no desde el interior de la casa, sino en las entradas. En los pueblos que he visitado de la Toscana son abundantes las plantas, hermosas y lozanas. También he visto «mensajes especiales», pero ese será otro post. 🙂
Es agradable pasear por cualquier calle, grande o pequeña, y verlo todo verde, espléndido, decorando sus, en muchas ocasiones, puertas y fachadas antiguas sin restaurar. Le da un aire cotidiano a los pueblos y ciudades.
Una tarde de miércoles, en la plaza del Duomo, la gente descansaba sentada en el muro mientras escuchaba a dos músicos tocando frente a la entrada. Ya estaba atardeciendo y el color del Duomo empezaba a colorearse con la puesta de sol, y durante ese momento mágico, Abilia Elliot, una futura gran bailarina, comenzó a girar y girar…
Comienzo nueva etapa en mi vida, un gran cambio en todos los sentidos. Siena es mi nueva ciudad de acogida, pero solo temporalmente, porque tras un mes iré a Roma.
Cambio de casa, de ciudad, de país, de hábitos, de rutina, y, sobre todo, cambio de compañía…Resulta complicado cuando se tiene una realidad más o menos estable llevar a cabo el salto, pero, como me ha dicho mucha gente, si no hubiera tomado la decisión me habría arrepentido, ¡así que aquí estoy! Con nostalgia de muchas cosas, pero tratando de vivir de acuerdo a mí misma esta nueva experiencia.
Las primeras sensaciones sobre la ciudad son muy buenas; es pequeña pero tiene mucha vida, con pequeños comercios, turismo, trasiego en las calles, etc. Sorprende especialmente lo que es su distintivo más característico, la Piazza del Campo, con la torre del Palazzo Comunale. Uau. Te deja sin aliento la primera vez que la ves, porque nunca imaginas que vaya a ser tan grande (la plaza, aunque también es válido para la torre), porque está escondida tras unos cuántos edificios, porque es cóncava, porque hay muchísima gente…¡y porque cambia de color según el momento del día!
Pero Siena también está llena de pequeñas e intrincadas calles, adornadas con banderas de múltiples colores, correspondientes a los distintos «distritos» de la ciudad, que tienen también su propio símbolo animal (caracol, rinoceronte, unicornio, lobo…). Y, entre ellas, también se encuentran callejas silenciosas, donde se respira tranquilidad y también intimidad de la gente en sus casas.
Un nuevo lugar que descubrir, un pueblo que conocer, una nueva vida a la que habituarme…