febrero 21

Grand Place de Bruselas

Grand Place de Bruselas

A las 18 son pocos los transeúntes que caminan por las calles de la capital belga; en sentido contrario a la masa que se dirige a la estación de tren más cercana (la gente, anónima, vuelve a su casa tras un largo día de trabajo), vagamos por el centro de Bruselas, ya sin lluvia, acompañados por el dulce olor de los gofres.

Y de repente, nuestros pasos nos llevan a la Grand Place, que parece pequeña si uno se imagina que «Grand» se refiere a grande. Sin vida y de noche, la plaza quizás pierda en belleza y esplendor, pero el brillo de la luz de las farolas sobre los adoquines, acrecentado por el rastro de la lluvia, junto con las formas tan particulares de los edificios, tienen un algo especial, ese «algo» que transmite misterio y tristeza, melancolía por el día que termina, la calma que precede a la noche vacía y sin estrellas.

enero 20

El cielo belga

En ocasiones, cuando veía un cuadro de artistas centroeuropeos, pensaba que, con el paso de los años, habría ido perdiendo color y difuminándose. Pero, habiendo estado por fin allí, he descubierto que ese cielo existe. Es un cielo difuso, repleto de nubes y niebla que tapan un sol que lucha por salir, pero que, inevitablemente, queda relegado a un segundo o tercer plano. Como si sobre el blanco de la luz del sol hubieran pintado de gris y azul, y luego lo hubieran extendido con el dedo.

P.D. Puede que este no sea el ejemplo más claro visto en una pintura, pero imagino que os haréis una idea 😉