Sobre lo sagrado
Los edificios sagrados, por regla general, suelen tener rincones cargados de significado, que dan sentido pleno al mismo adjetivo «sacro». Es indiscutible que los arquitectos de dichas construcciones sabían lo que hacían, porque aún hoy se mantiene ese aire de misterio y espiritualidad, que inspira a la vez respeto y grandeza.
El milagro de la luz
En alguna ocasión me han preguntado si, con lo que llueve en Asturias, no echo de menos el sol. Es cierto que el cielo aquí suele estar cubierto de nubes y hay mucha menos luz que en otros lugares de la Península; pero las nubes me gustan, y quitando los días en que el cielo es difuso (ni las nubes tienen forma, y todo se vuelve color gris), viviendo aquí no hay motivo para echar de menos la luz (como pasa en otros países, véase Inglaterra, que, por lo que me han dicho, da poca tregua a sus habitantes en lo que a lluvia y cielos oscuros se refiere).
Este año está siendo un poco atípico puesto que ha hecho «bueno» (esto va según pareceres) hasta hace bien poco, y la lluvia no acompaña tan a menudo como en el 2010. Pero ya sí se nota que estamos en invierno, con la bajada de temperaturas, el desnudo de los árboles y, sobre todo, la luz. Las nubes cubren casi a diario el sol, parcial o totalmente, lo que nos deja días de semipenumbra en los que, muy a mi pesar, hay que utilizar la luz eléctrica aún siendo de día.
El caso es que, es en días como estos, en los que «el milagro de la luz» es aún mayor, convirtiendo este paraíso natural en una increíble postal digna de ser admirada. Tras una mañana de tormenta, las nubes se abren y dan paso a un sol que calienta, aunque el cielo mantenga sus nubes grises a la espera. Es en ese rato que el día «abre» que cambia el color de los paisajes, pasando los prados del verde oscuro al intenso, e iluminando los haces de luz que se escapan entre las ramas de los árboles cada una de las gotas que hace equilibrios en ellas.
Y, como por arte de magia, uno siente que el cuerpo va cogiendo temperatura, que los cabellos brillan (como en los anuncios de Pantene 😉 ) y las caras se iluminan. El estado de letargo en que parecen sumirse los cuerpos en invierno deja paso a la sangre y la vida, que llega a nosotros, igual que a la naturaleza, tras habernos cubierto de agua.
Sí, definitivamente aquí hay menos luz que en otros lugares, pero cuando el sol hace acto de presencia es capaz de despertar la vida.