agosto
14
Los misterios de París
Érase que se era
un obrero cojo
al que se le había asignado
la tarea de emplazar
los balcones
en el lado izquierdo
de la fachada
de un bello edificio parisino.
Trabaja que trabaja,
(que si pica por aqui,
enyesa por allá,
que si enjuágate el sudor,
lija un poco de acá,
y pinta por acullá),
cuando al bajar del andamio,
henchido por el orgullo
del que sabe del suyo
un trabajo bien hecho,
alza la vista y exclama
«¡La leche!»,
tras haberse percatado,
ya a toro pasado,
de que debió haber usado
el famoso inclinómetro.
Yo nunca salgo de casa sin el inclinómetro, nunca se sabe…
Jejejeje