marzo 5

Deshielo a mediodía

El aire matinal repartió sus cartas con sellos incandescentes.

La nieve iluminó y todos los pesares se alivianaron: un kilo pesaba

apenas setecientos gramos. Deshielo a media mañana

El sol estaba alto sobre el hielo, volando por el lugar, caliente y frío

a la vez.

 

El viento avanzó lentamente como si empujase un cochecillo de niño

frente a sí.

Las familias salieron, vieron cielo abierto por primera vez

en mucho tiempo.

Estábamos en el primer capítulo de un relato muy intenso.

El resplandor del sol se adhería a todos los gorros de piel,

como el polen a los abejorros,

y el resplandor del sol se adhirió al nombre INVIERNO

y se quedó allí hasta que el invierno hubo pasado.

Una naturaleza muerta de troncos, en el lago, me puso pensativo.

Les pregunté:

“¿Me acompañan hasta mi niñez?” Respondieron: “Sí”.

Desde la espesura se escuchó un murmullo de palabras

en un nuevo idioma:

las vocales eran cielo azul y las consonantes eran ramas negras

y hablaban

muy lentamente sobre la nieve.

Pero la tienda de saldos, haciendo reverencias con su

estruendo de faldas,

hizo que el silencio de la tierra creciese en intensidad.

Sombras de luz

«Deshielo a mediodía» Tomas Tranströmer

febrero 26

Los cielos salvajes

Amanece en Bruselas«…no hay nada como viajar y conocer mundo, ciudades distintas y cielos distintos, y él me dijo que el cielo era igual en todas partes, las ciudades cambiaban pero el cielo era el mismo, y yo le dije que eso no era verdad, que yo creía que no era verdad y que además él mismo tenía un poema en donde hablaba de los cielos pintados por el Dr. Atl, diferentes de otros cielos de la pintura o del planeta o algo así.»

 

Los detectives salvajes. Roberto Bolaño

febrero 21

Grand Place de Bruselas

Grand Place de Bruselas

A las 18 son pocos los transeúntes que caminan por las calles de la capital belga; en sentido contrario a la masa que se dirige a la estación de tren más cercana (la gente, anónima, vuelve a su casa tras un largo día de trabajo), vagamos por el centro de Bruselas, ya sin lluvia, acompañados por el dulce olor de los gofres.

Y de repente, nuestros pasos nos llevan a la Grand Place, que parece pequeña si uno se imagina que «Grand» se refiere a grande. Sin vida y de noche, la plaza quizás pierda en belleza y esplendor, pero el brillo de la luz de las farolas sobre los adoquines, acrecentado por el rastro de la lluvia, junto con las formas tan particulares de los edificios, tienen un algo especial, ese «algo» que transmite misterio y tristeza, melancolía por el día que termina, la calma que precede a la noche vacía y sin estrellas.