enero 9

El milagro de la luz

En alguna ocasión me han preguntado si, con lo que llueve en Asturias, no echo de menos el sol. Es cierto que el cielo aquí suele estar cubierto de nubes y hay mucha menos luz que en otros lugares de la Península; pero las nubes me gustan, y quitando los días en que el cielo es difuso (ni las nubes tienen forma, y todo se vuelve color gris), viviendo aquí no hay motivo para echar de menos la luz (como pasa en otros países, véase Inglaterra, que, por lo que me han dicho, da poca tregua a sus habitantes en lo que a lluvia y cielos oscuros se refiere).

Este año está siendo un poco atípico puesto que ha hecho «bueno» (esto va según pareceres) hasta hace bien poco, y la lluvia no acompaña tan a menudo como en el 2010. Pero ya sí se nota que estamos en invierno, con la bajada de temperaturas, el desnudo de los árboles y, sobre todo, la luz. Las nubes cubren casi a diario el sol, parcial o totalmente, lo que nos deja días de semipenumbra en los que, muy a mi pesar, hay que utilizar la luz eléctrica aún siendo de día.

El caso es que, es en días como estos, en los que «el milagro de la luz» es aún mayor, convirtiendo este paraíso natural en una increíble postal digna de ser admirada. Tras una mañana de tormenta, las nubes se abren y dan paso a un sol que calienta, aunque el cielo mantenga sus nubes grises a la espera. Es en ese rato que el día «abre» que cambia el color de los paisajes, pasando los prados del verde oscuro al intenso, e iluminando los haces de luz que se escapan entre las ramas de los árboles cada una de las gotas que hace equilibrios en ellas.

Y, como por arte de magia, uno siente que el cuerpo va cogiendo temperatura, que los cabellos brillan (como en los anuncios de Pantene 😉 ) y las caras se iluminan. El estado de letargo en que parecen sumirse los cuerpos en invierno deja paso a la sangre y la vida, que llega a nosotros, igual que a la naturaleza, tras habernos cubierto de agua.

Sí, definitivamente aquí hay menos luz que en otros lugares, pero cuando el sol hace acto de presencia es capaz de despertar la vida.

noviembre 22

Los árboles desnudos

«Después de los días de luminosidad dorada y aire tibio y la embriaguez de los colores -los rojos, los amarillos, los marrones, los ocres- llega siempre una mañana en la que llueve y hace viento, y es la señal de que va a empezar el invierno. Luego vuelve el sol, pero ya hace un frío afilado, y de pronto los árboles se han quedado sin hojas, y poco después de las cuatro de la tarde ya es de noche. A la estación de las manchas de color sucede la del dibujo: siluetas negras de troncos y ramas desnudas contra el cielo, como trazos de lápiz sobre una ancha hoja en blanco. Y es también, para el aficionado a todos los rasgos de lo femenino, el comienzo de la estación de los gorros de lana y las boinas, la delicia de las caras invernales, pómulos y barbillas y frentes enmarcados por ellos.» Antonio Muñoz Molina (léase aquí)

octubre 24

Verde musgo

Por fin llegó la lluvia, y con ella una luz distinta, y una nueva gama de colores en la naturaleza por apreciar. Siempre me han gustado las distintas tonalidades que adquiere el verde según de qué planta provenga, cómo le incide la luz o sobre qué superficie está. El musgo de este tronco, por ejemplo, al estar iluminado por el sol adquiere un verde luminoso y resplandeciente, que parece eliminar cualquier resto de la humedad que normalmente les caracteriza.

 

Cuando veo musgo recuerdo aquellos días próximos a las Navidades en que iba con mi padre a recogerlo para utilizarlo en el belén, y la sensación de cogerlo por debajo, como si se tratase de una pieza indivisible, e ir desprendiéndolo poco a poco, sintiendo su humedad en la palma de la mano…