octubre 6

Hogar, dulce hogar

 

A veces, cuando era pequeña, me gustaba alejarme del resguardo del hogar familiar. Corría entonces ladera abajo, hasta caer rendida entre los hierbajos. Allí tumbada, con el corazón latiendo a toda velocidad y un ligero pálpito en la cabeza, escuchaba mi propia respiración mientras miraba el cielo.

Poco a poco iba recuperando el aliento, y, a medida que lo hacía, dejaba de escucharme a mí misma, dando paso a los sonidos que se producían a mi alrededor. No solía tardar mucho en oír algún ruido de indefinida procedencia que conseguía ponerme los pelos de punta, provocando que me incorporase a toda velocidad, como si tuviera un resorte, y volviera la cabeza atrás. Y, más allá de la ladera de matojos, la encontraba a ella, esperando mi regreso, deseando acogerme de nuevo en sus cálidas estancias.