El Palazzo Ducale cuenta con otro magnífico conjunto escultórico del gran Antonio Canova, del cual ya pude ver hace unos años Ercole e Lica en Roma. En esta ocasión el mito del que nos habla es el de Dédalo y su hijo Ícaro, al que hizo unas alas de cera para que pudiese huir de Creta, donde estaban encerrados, pero al acercarse al sol sus alas se derritieron y murió en el intento.
Dicen que, si vas a Grecia, una de las cosas que hay que hacer es ver el atardecer en el cabo Sunion, junto al templo de Poseidón. La leyenda dice que, desde aquí, se tiró el pobre Egeo al ver regresar el barco de su hijo Teseo izando las velas negras que le informarían de la muerte de su hijo frente al Minotauro, pero en realidad Teseo venció, solo que se le olvidó izar las velas blancas…Para bien o para mal, por el suicidio de Egeo, este mar lleva su nombre.
«Ellas, con marcha firme, se lanzan hacia Laocoonte; primero se enroscan en los tiernos cuerpos de sus dos hijos, y rasgan a dentelladas sus miserables miembros; luego arrebatan al padre que, esgrimiendo un dardo, iba en auxilio de ellos, y lo sujetan con sus enormes anillos: ya ceñidas con dos vueltas alrededor de su cuerpo, y dos veces rodeado al cuello el escamoso lomo, todavía exceden por encima sus cabezas y sus erguidas cervices. Pugna con ambas manos Laocoonte por desatar aquellos nudos, mientras chorrea de sus vendas baba y negro veneno, y al propio tiempo eleva hasta los astros espantables clamores…»
Virgilio, Eneida