septiembre 20

Atardecer en el Támesis

ihortal-1614

Muchas veces he oído decir a la gente que lo que le falta a Madrid es un gran río…y es verdad, porque aunque nos gustaría que el Manzanares fuese otra cosa, el encanto que tienen ríos como el Sena, el Tíber o el Támesis no los tiene el nuestro (aunque Madrid Río sea bien bonito).

octubre 5

Con el arroyo

«En conversaciones con contemporáneos yo vi oí tras sus

rostros

la corriente

que corría y corría y llevaba consigo a voluntarios e involuntarios.

 

Y el ser con ojos pegados

que quiere ir hacia el medio del chorro, contra la corriente,

se arroja hacia delante sin temblar

en furiosa hambre de sencillez.

Donde más fuerte es la corriente,

como allí donde el arroyo se angosta y va hacia el otro lado

del chorro – lugar donde hice un alto

luego de un viaje a través de bosques secos

 

una noche de junio: el transistor da lo último

de la sección extraordinaria: Kosygin, Eban.

Algunos pocos pensamientos me taladran, desesperadamente.

Algunos pocos hombres están lejos del pueblo.

 

Y bajo el puente colgante pasan las masas de agua

 

estrellándose. Aquí llega la madera. Algunos troncos

señalan hacia el frente como torpedos. Otros se tuercen

totalmente, giran torpemente y van hacia destinos nulos

y algunos olfatean las costas del arroyo,

se meten entre piedras y resaca, se clavan

y se dan la vuelta como manos unidas,

 

inmóviles en el estruendo…

 

Vi oí desde el puente colgante

en una nube de mosquitos,

junto con algunos muchachos. Sus bicicletas

enterradas en el verde – solo los cláxones

sobresalían.»

Deshielo a mediodía. Tomas Tranströmer

enero 24

A lo Miyazaki

Hayao Miyazaki es capaz de ver mucho más allá de cada casa, árbol o persona, imaginando mundos increíbles en los que todo es posible, desde bosques habitados por espíritus hasta motas de polvo alborotando en el desván, o padres que se convierten en cerdos (por poner algunos ejemplos).

Emulando al maestro, «en aquel paraje inhóspito, encubierta por la tierra, las raíces, la hierba y las hojas que descansaban sobre ella, nos topamos con una embarcación a la espera de la crecida del río tras el deshielo. Tan sólo dejaba a la vista un pedazo de la proa y parte de los mástiles que debían sujetar sus velas, por lo que resultaba sencillo que pasara desapercibida. Pero los corzos sabían que, en primavera, temblaría el suelo bajo ellos por la puesta en marcha de los motores, seguida por el estallido del barco al flotar de nuevo sobre las tan esperadas aguas del río.»

 

Gracias Jesús por hacer volar mi imaginación…