Hogar, dulce hogar
A veces, cuando era pequeña, me gustaba alejarme del resguardo del hogar familiar. Corría entonces ladera abajo, hasta caer rendida entre los hierbajos. Allí tumbada, con el corazón latiendo a toda velocidad y un ligero pálpito en la cabeza, escuchaba mi propia respiración mientras miraba el cielo.
Poco a poco iba recuperando el aliento, y, a medida que lo hacía, dejaba de escucharme a mí misma, dando paso a los sonidos que se producían a mi alrededor. No solía tardar mucho en oír algún ruido de indefinida procedencia que conseguía ponerme los pelos de punta, provocando que me incorporase a toda velocidad, como si tuviera un resorte, y volviera la cabeza atrás. Y, más allá de la ladera de matojos, la encontraba a ella, esperando mi regreso, deseando acogerme de nuevo en sus cálidas estancias.
Dan ganas de meterse entre los matojos y oír el alrededor…
Me han encantado tus palabras… 🙂 ¿y esa casa? ¿es donde vivís? también me gusta…pero entre esos matojos yo plantaría mis verduras y hortalizas, y también podría perderme entre ellas…
Qué va, ¡ojalá! Es sólo una historia que se me ocurrió a raíz de la foto…pero es extraño ver tanto matojo aquí, donde todo es verde «prao» 🙂 Yo también lo tendría más cuidado, jeje.
Que miedito…